Jícama, la patata light de la dieta ecológica
La alternativa baja en calorías al plato estrella del fast food que cuenta con el sello de aprobación de la brigada anti-carbs.
Es el último ingrediente de la dieta ecológica en ingresar en el olimpo de los superalimentos aunque, técnicamente, no pueda considerarse como tal. La jícama no tiene un valor nutricional tan impresionante como el de la espirulina, pero este tubérculo hace que sus congéneres parezcan aún peores de lo que Gwyneth Paltrow y otras acérrimas anticarbs se han encargado de predicar.
A medio camino entre la patata (la oveja negra de su familia) y la manzana, este producto típico de lagastronomía mexicana se ha labrado una fama internacional como sustituto hipocalórico de otras raíces comestibles. Lo cierto es que su textura recuerda más al nabo que a la patata y su versatilidad es propia de otros vegetales como la berenjena, que frita en tiras también puede ejercer de suplente (algo menos creíble) o el calabacín cuyo sabor ambigüo tan pronto se hace imprescindible en un buen plato de ratatouille (la versión francesa del pisto) como en una tarta de chocolate a prueba de celíacos
Su sabor remite ligeramente a la nueces y su funcionalidad a la yuca pero son una rica fuente de vitamina C y potasio, resultan altamente beneficiosas para la dieta diabética y poseen de 27 a 46 kcal por unidad, frente a las 70-86 kcal de las patatas.
Y esa no es la única diferencia que la aleja de su pariente cercana importada a Europa por los españoles en el siglo XVI. Colón y sus amigos se dejaron muchas variedades de la papa allende los mares que forman parte de la extensa y deliciosa cultura gastronómica de latinoamérica -la jícama entre ellas- que han tardado mucho en ganar popularidad. Pero ahora que, dicen, las fajitas son el nuevo sushi, ha llegado el momento dorado de esta delicatessen que puede comerse cruda, en platos dulces, ensaladas, macedonias, cocida o frita...
Sí, hemos dicho frita y también baja en calorías (aunque no en la misma frase) porque, aunque lo único malo de las patatas fritas es el aceite, lo bueno de las jícamas fritas es que parten con la ventaja de tener menor contenido calórico. Aunque tampoco se trata de alimentar el mito: los platos que se cocinan en la sartén deben consumirse con moderación y siempre será más saludable usar la plancha o asar al horno. De hecho, esa es la manera más frecuente de verlas en la red, donde ya han conquistado los blogs de cocina healthy como el Anna Liisa Organic Kitchen que avisa de que "no se debe esperar un sabor exacto al de la patata frita de su receta".
Con todo, aún resulta difícil encontrarlas en nuestro país y habrá que rebuscar en mercados especializados o restaurantes mexicanos para degustarlas o introducirlas en nuestro menú diario, pero a juzgar con la rapidez en que otros superalimentos como las semillas de chia, la harina de maca o de algarrobo se están haciendo un hueco en las estanterías de herbolarios y supermercados españoles puede que no tardemos en toparnos con ella en la frutería.
A la mexicana Es decir, con chile (en polvo) y limón. Por supuesto, crudas y, si se prefiere, con un toque de perejil.
En macedonia
Porque no sólo puede comerse cruda sino que se DEBE degustar esta versión para constatar ese sabor más parecido a la nuez que a la patata. Ideal con manzana, plátano y uvas.
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